2º Programa:
Viernes 17 de Agosto
por: Daniel Medina
EL HOMBRE DETRÁS DE LA CÁMARA
La partida de dos genios del séptimo arte hace que estos sean días propicios para revisar el concepto de “cine de autor”.
El término fue acuñado en 1951 por la revista francesa “Cahiers du Cinema”, fundada por André Bazín y que tenía en su staff a críticos como Godard, Chabrol y Truffaut, entre otros.
Estos críticos reivindicaron el papel del director como máximo autor y responsable de las imágenes proyectadas.
Para los cahieristas, el director no es un empleado más de los grandes estudios, no es una pieza más dentro del tablero, sino todo lo contrario: es el encargado de mover esas piezas.
Truffaut sostuvo que el director debía dirigir una película con el deseo de expresarse personalmente a través de la cámara, de manera inmediata y directa, tal como lo hace un escritor con la pluma.
Hay cine de autor cuando se logra transmitir un estilo, cuando se reconocen algunas obsesiones que se repiten, cuando los films revelan la personalidad del hombre que decidió los planos, los recortes, lo que se ve y lo que se calla.
No hay una relación necesaria entre cine de autor y la masividad de la obra. Difícilmente haya un director que no quiera atiborrar la sala, pero el autor es el que no hace concesiones, el que no traiciona un estilo por llenar una butaca más.
El cine de autor no es sinónimo de calidad: hay malos autores, terriblemente torpes, así como hay buenos directores, prolijos, hábiles, pero que no logran imprimir a sus realizaciones un sello propio, que los distinga.
Otra cuestión importante de señalar es que el “cine independiente” no tiene necesariamente que ver con el cine de autor. Justamente, los primeros textos de la revista francesa tuvieron como objetivo reivindicar a directores que trabajaban para los Hollywood, pero que, pese a esto, lograban plasmar en el celuloide una estética muy particular.
John Ford, Orson Welles, Howard Hawks y Alfred Hitchcock son algunos de los directores analizados minuciosamente y finalmente venerados por los críticos franceses. Truffaut escribió, unos años después, uno de los libros más importantes para los cinéfilos: “El cine según Hithcock”.
En 1950, a propósito del estreno en Francia de la película de Bergman “Juventud divino tesoro”, un crítico francés, Jean-Luc Godard, dejó en claro lo que entendía por autor, y escribió: “El cine no es un oficio. Es un arte. No es un equipo. Se está siempre solo, tanto sobre el plató como ante la página en blanco”.
Así, cuando Bergman estaba solo, se hacía preguntas. Y en sus films, las respondía.
Es imposible ser más clásicamente romántico.